Sólo Sobrevivimos

Por: Orlando Daniel Gutiérrez Carrasco

Cuando conocí al abuelo, el ingeniero y el negro, fue en las inmediaciones del metro Balderas. Yo me encontraba sentado fumando un cigarro en la plaza de la ciudadela a espaldas de la biblioteca México, a unos veinte metros de mi hay dos hombres sentados en una banca del parque, el primero de ellos es un hombre desaliñado de por lo menos 49 años de edad, de barba negra y poco poblada, de aspecto flaco, mide un 1.65 cm., el usa gorra a cuadros y una playera negra desgastada por el uso, un pants de color rojo como los ojos caricaturizados de un toro embravecido, cabellos negros un poco largos y grasosos, el segundo hombre de aproximadamente 49 años, flaco, toda su
vestimenta es color negra como la noche, es delgado, entres sus prendas destaca un saco color utilizado por la gente en la época de los años 60 ́s su pelo es crespo color negro y sin peinar, brilla por quizá no haberse duchado hace más de una semana, los dos están bebiendo mezcal destilado de agave más conocido como panalito.

Seguí observándolos con atención, cuando se levanta el dueño de los pants color rojo y se dirige a un puesto donde venden fruta fresca, solicitándole a la señora que atiende el puesto unos limones, sin más el hombre consiguió su objetivo así que pensé “le preguntaré para que utilizara esos limones”, y lo hice. Lo arribe cuestionado ¿Le puedo hacer una pregunta?, a lo que contesto con voz desgastada, -depende por que no se muchas cosas-, y le respondí ¿solo quiero saber para qué son esos limones? Sonrió dejando ver que no tenía algunos dientes y me dijo -acompáñame te mostrare-, llegando a aquella banca en donde estaban ellos, me dijo siéntate, yo soy el abuelo y este cabrón de mi lado es el ingeniero, somos amigos desde hace muchísimo tiempo, así mismo le pidió a su compañero de ropas negras (el ingeniero) -pásame el pomo güey- seguido de esto comento –mira muerdes el limón y te das un trago machín-, él lo hizo como si estuviese bebiendo agua porque no vi ningún gesto en su rostro en ese momento supe que eran los teporochos del barrio, vivían en ese parque y ya pertenecían al lugar desde hace algunos años.

Ellos personas en situación de calle como es la forma políticamente correcta de llamar a los vagabundos y teporochos que existen en el gran monstruo que es la Ciudad de México;


Recogen basura para ganar unos pocos pesos y pasan el rato bebiendo licor y
hablando de mil y una cosas, duermen en donde les agarra la noche o al menos eso es lo que mencionan ellos, utilizan cartones como camas, sin cobijas ni nada que los arrope durante la noche, así solo a la intemperie, sin embargo creo que la amistad que une a este par de individuos es más que cualquier lazo afectivo que pudiera existir, entre ellos no hay envidia ni hipocresía son justamente ellos mismos dos amigos inseparables.

El, Roberto Bautista o el ingeniero, se acerca a nosotros argumentando -yo fui
a la universidad, soy ingeniero por dios manito- dirigiéndose a mí, es quizá que por eso deduje directamente que su apodo venía de la profesión que alguna vez practicó, el de voz suave y embriagado por los dos tragos que había tomado en menos de cinco minutos, comenta, solo sobrevivimos, lo interrumpe
el abuelo, comenzando a contarme algunas anécdotas un poco desgarradoras, que hasta el mismo contándolas llora sin más ante mi presencia, eso puede a ayudarlo a desahogarse un poco pensé, así que yo no dije nada la verdad no tuve palabras, después de limpiarse los ojos con sus manos le da un trago a la pequeña botella transparente con una etiqueta de color amarillo su mezcal.

El abuelo llegó al Distrito Federal cuando era un niño, su familia había emigrado desde Veracruz en busca de mejores oportunidades ya que su familia era grande en cuanto a miembros y la mayoría mujeres, siendo así las cosas sus padres tuvieron la necesidad de buscar más ingresos así que llegaron al corazón de la república mexicana.

Jesús Antonio Esteves ahora el abuelo, cuenta que inicio a beber a la corta edad de nueve años, dice –mi padre me daba pulque cuando vivíamos en la Magdalena Contreras y yo bebía-.

Hice una pregunta abiertamente ¿Se consideran teporochos?, a lo que en un estado de ebriedad no tan avanzado, con voz suave y ligera, contesta el ingeniero –si manito, pero sabes que, somos teporochos decentes no le faltamos el respeto a nadie, yo saludo a todo mundo y siempre lo digo hay que tener educación-después el abuelo no podía quedarse atrás diciendo con su voz aguerrida y con aliento etílico de varios días
 –como no ya de varios años-, cierra los ojos, busca en la memoria pero no encuentra o no quiere encontrar nada.


 Conocer un poco de la vida íntima de ellos fue algo inigualable, ellos tienen sinceridad y lo demuestran sin más, me despido de ellos diciendo gracias por permitirme ver sus vidas señores, ellos me ofrecen una sonrisa y me dicen…vas a ser más grande que Octavio Paz.